martes, 8 de junio de 2010

Hace quince años

Hace quince años... para poder decir esta frase hay que haber pasado ya un tercio de tu vida (o quizás algo más, quién sabe qué nos deparará el futuro), pero a la vez, por esa magia que los griegos definieron como kairos, o lo que es lo mismo el tiempo no medido sino percibido, en el que quince años caben en unas cuantas líneas.

"No he cambiado tanto" es lo primero que pienso. Luego recuerdo a un niño ojeando el suplemento dominical (que siempre llegaba en sábado) las columnas de Pérez Reverte que su madre le animaba a leer y cómo ya descubría lo que era "mirarse el ombligo" y tenía inquietudes por intentar escribir algo que no versase sobre uno mismo. Quizás este pobre espejo sea el reflejo de mi ombligo y haya traicionado algo a aquel niño.

El caso es que me gusta la misma música. Además sigo siendo algo rancio. Si por aquellos entonces escuchaba música que la gente no conocía salvo en nuestros pequeños antros oscuros, ahora sin ir a dichos antros sigo atronando el interior de mi coche cuando voy sólo con la voz rajada de Robe Iniesta o los temas más míticos de Green Day u Offspring que me devuelven a mi etapa de pelo largo danzando atrás y adelante con mi cabeza.

Sigo siendo raro: me sigue gustando escribir y me siguen asaltando ideas al irme a la cama que en ocasiones venzo por una necesidad imperiosa de sueño reparador y en otras dejo que fluyan (mayormente en este blog) que nadie está obligado a soportar (intento no colgar lo infumable y dejarlo escondido como borradores).

Y sigo estudiando. Por raro que parezca mi carrera no terminó con licenciatura, ni con las dos especialidades, sigo estudiando y aspirando a examinarme para que me den buena nota. Al fin y al cabo, el ser estudiante es más un placer que una obligación, sobre todo a estas alturas, y en el fondo el ponerle fin a mi lado de alumno me parece misión absurda e imposible. Siempre estaré aprendiendo y el día que me muera será otra lección más (anhelo que no sea la última).

He formado una familia maravillosa. Tengo una mujer que me quiere por encima de cualquiera y un hijo al que juntos adoramos en cada pequeño gesto. Son mi esencia, mi latir, mi razón. Creo profundamente que hace quince años la buscaba sin encontrarla, sin saber donde se hallaba, cual Gollum tras su tesoro he apresado el mío y no pienso soltarlo nunca.

Mi yo de hace quince años no me regaña por cómo soy. Siempre he sido arrogantemente egoísta y me he querido primero a mí y luego a los demás. Si yo estoy bien puedo estar bien con los demás. Si yo no estoy bien no puedo estar.

Esta reflexión parecía con más sentido al empezar que al finalizar, y la culpa la tiene ese bicho malo que me ronda en la cabeza y me pica hasta que lo rasco con los dedos pegados al teclado.

No hay comentarios: