martes, 26 de octubre de 2010

Historia de un tocayo

Olvidaos de las deudas, de los pocos ingresos, de las prisas, de todo.

Poneos en la piel de otro, al que le queda poco por una condenada enfermedad que ya le ha postrado en una silla para recordarle que a lo sumo en un par de años habrá abandonado esta vida. Ésa es la piel de mi tocayo.

La actitud de Paco es desconcertante.
No tiene prisa, pero no pierde el tiempo.
Quiere exprimir cada segundo que le queda junto a los suyos, pero es capaz de quedarse hablando contigo y mantener una distraída conversación.

Paco se ha dado cuenta que aunque lo intentase no podría hacer todo lo que no le ha dado tiempo hasta ahora. Quizás podría hacer algunas cosas estrafalarias como saltar en paracaídas o bajar un río en canoa, pero ha preferido otro camino. Es lo que le cuenta a quien quiere escucharle.

El deseo de Paco es que su corta andadura sea al menos dichosa. Para ello no necesita médicos que le ingresen alejándole de la familia para intentar resolver lo que no tiene remedio. Quiere que las futuras generaciones tengan un libro suyo, sabe que así su pensamiento quedará siempre con nosotros.

Sobre todo quiere una cosa: tratar sólo con gente buena. Dice que ya ha conocido suficientes maldades y que en el tiempo que le queda sólo tratará con aquellos que merezcan la pena.

Así que ojalá Paco si me lees, te cruces un día en mi camino y podamos charlar un rato porque además de haber conocido una persona sin parangón, me harás dos regalos: tu preciosísimo tiempo, y saber que soy de los buenos.