jueves, 11 de marzo de 2010

Once de Marzo

Hoy es uno de esos días en los que no se puede escapar de la realidad.
La memoria que alberga aquellos recuerdos pegados a sus sentimientos hace brotar un nudo en la garganta de los corazones que aún laten, por los que dejaron de latir.

Hasta google abre su portal con una vela en homenaje.
Todos morimos algo aquel día.
Murió una creencia que reinaba entre todos, de que no podían llegar a tocarnos, el enemigo era algo lejano salvo para los militares que mandamos a buscarlos (y para los americanos que andan metidos en todos los follones siempre).

Tememos a estos hijos de puta.
Aquellos que no buscan la lucha justa, sino la emboscada, no plantean sus ideales para debatirlos, sino que los imponen a golpe de matanza.
Realmente lo desconozco y creo que el mundo entero tiene la misma sensación: no sabemos cómo vamos a ganarles.

Nos queda el tristísimo consuelo de saber que somos los buenos.
Los que sufrimos.
Los oprimidos.
Porque la creencia en la bondad del ser humano, me atrevo a más, la propia calificación como ser humano no es aplicable a estas bestias capaces de matar sin más ni más que por destruir una idea, un modo de vida, que es el de la mayoría, que incluso es al que aspiran los pueblos a los que oprimen, desesperados por huir. Pase lo que pase. A sabiendas de que no les pasará nada bueno, no al menos en mucho tiempo.

Para guinda del pastel, de fondo aparece la religión.
Una vez más no se aprende la simple e infinitamente sabia lección de: "déjenme vivir mi vida en paz"
Yo soy yo.
Tengo mi religión, mis ideas, incluso mis heces que son regularmente desechadas.
Yo no intento imponer mi pensamiento ni mis deposiciones a nadie, porque sé que son mías y que a nadie le van ni le vienen.

Mi más humilde pésame para todos los que sufrieron en persona la desgracia del once de marzo. No olvidamos, seguimos a vuestro lado.
Siempre.