miércoles, 6 de mayo de 2009

El mar que nos une

Veo a los que llegan, envueltos en mantas, encogidos, descarnados. De su casa de la media luna al refugio rojo de la cruz. Seres ilegales, repudiados de uno y otro lado del Mediterráneo. Cuando llegué yo no era más que ellos. Había más trabajo pero menos dignidad. Sólo puedo quedarme quieto mirándolos. Se sienten desdichados. ¡Pobres!. No saben que ahora podrían estar conmigo. Otros se creen afortunados. ¡Qué lástima! Ya despertaran de la quimera.

Te conocí como lugar de vida, de encuentro, de esperanza. Por eso decidí quedarme contigo para siempre.

Acudí a tu puerta por vez enésima sin pesarme las que llevo a mis espaldas. Tu grandeza siempre me asola. Tu olor me penetra. Hueles a mar, pescado, café cortado con brandy antes de que despunte el día y miles de cigarros consumidos en la espera.

Nadie dormiría si lo hiciera frente al muelle. Si viera como yo al barco entrar, al niño que gimotea, la grúa trabajando, todo al mismo tiempo. La actividad que fluye dentro de ti también me pertenece ahora, no descansaré nunca.

Fuiste la puerta de mi vida y te elegí como tumba para que mojes mis cenizas. A partir de ahora seré mar, seré quilla, seré timón, vela, dolor, amor y llanto que yacen aquí conmigo, pues ya sólo soy humus en tu fondo.

Un niño arroja piedras y un padre se apresura a regañarle. Mis recuerdos se reflejan en el agua sin que pueda hacer nada por evitarlo.