domingo, 2 de mayo de 2010

Querida Mercedes:

Me ha costado mucho reunir el valor necesario para escribir esta carta y aún no sé si me quedará suficiente cómo para hacérsela llegar.

Tengo un problema muy grande y es usted es la única persona del mundo a la que le atañe.

Aunque peino canas entre calvas, últimamente hay días en que me siento un joven brioso de veintipocos años:los días en que me ve, me habla y me escucha.
Me da usted fuerzas sobrehumanas y hasta mi arrugada cara me parece estirada
cuando entro en mi casa después de haberme cruzado con usted en la plaza,
en la calle o en la puerta de su casa.

"Ya no estoy para estos trotes" es lo primero que pienso cuando noto
cómo se me acelera el corazón y se me seca la boca con sólo intuir
que con quien me voy a cruzar es con mi vecina favorita.
Anhelo cada día más que el agua, la comida o el sueño, el poder verla un solo minuto
y llevarme conmigo para casa el sonido de su voz, la caída de sus ojos al posarse en los míos y la sonrisa que espero Dios le guarde toda la vida.

El objeto de esta carta no es comentarle lo evidente, que suspiro por sus huesos,
sino emplazarla a hacer algo más. Sé que no podemos fugarnos de este mundo
y perdernos en un paraíso ecuatorial a descubrir los placeres del amor.

Tampoco creo que yo deba de entrometerme en su familia. Me horroriza lo que sus hijos puedan pensar de mí.

Por éso sólo quiero citarla,
quedar un día,
una hora,
pasear juntos,
hacer la compra.

Lo que usted quiera,
para lo que usted me diga,
por favor Mercedes,
déjeme formar parte de su vida.

Su admirador más acérrimo,
(y rimador más pésimo).

Paco Paila.

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