viernes, 21 de noviembre de 2008

Las leyes de los muertos

Rabia tremenda,
cuando a un niño pobrecito,
que se le ve deformadito,
van y le ponen un nombre del señor que descubrió su desgracia,
mentándole por ahí entre las batas blancas
como paciente con Síndrome de "trichercolins",
en vez de decir:
"esta niñita nació sin una oreja,
lleva siete operaciones
y las que nos siga aguantando"
o como quiera
que se diga
en su lengua hipocrática.

Eponimia es el arte que se inventaron de ponerle a las enfermedades los nombres de sus descubridores (al principio), y cuando ya no quedaron más nombres que poner (había seis Síndromes de Smith o Fanconi) incluso algunos llegaron a ponerle el nombre de lugares, sitios y, por fin, de los pacientes que habían servido para descubrirlos, rehusando la inmortalidad médica los descubridores por ser ya inútil el intentar denominar una horrible enfermedad como tuya cuando tú ni la sientes ni la padeces.

De todas maneras nos cogieron ventaja los médicos, ya que esta terminología la llevan usando desde mediados del siglo pasado, mientras que en la calle no se ha aprendido, sobre todo la clase política, a no tropezar dos veces en la misma piedra. Ojalá la adopción de esta antigua costumbre médica enseñara a nuestros políticos a tener más memoria, pero sobre todo, a intentar legislar antes que haya muertos de por medio:

Así, si a la ley que obliga a estudiar, examinar y que hace que los gorilas de discoteca tengan que ser más personas y menos animales se le hubiera puesto el nombre de "ley de Wilson" (si hasta suena bien), a lo mejor ahora en la capital del reino no tendrían que ponerla rebautizada con el nombre del pobre Álvaro Ussía, ya que no le sirvieron en el Ayuntamiento los muertos de otros pueblos para aprender la lección.

También sugiero yo desde aquí donde aunque me ahogue no se escuchan mis gritos, que al endurecimiento de las penas para pederastas y demás calaña de hijos de puta, se le ponga el nombre de la pequeña Mari Luz Cortés en reconocimiento, una vez más, de que la ley llega tras el féretro, y en este caso particular, de la lucha a brazo partido contra el sistema que está llevando a cabo su padre (esperamos desde aquí verte siempre luchando y nunca politizando).


Para finalizar, y en este país tan mediocrizado por los derechos de autor, daría yo derechos de propiedad intelectual sobre el nombre de estas leyes a sus familias para tener a la SGAE contando las veces que decían sus nombres en los medios para luego mandarles un sobrecito lleno de dinero al final de mes como símbolo de la vergüenza nacional que ya no nos queda.

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